Me preguntaba tras un breve momento de crisis creativa. Quería escribir algo significativo, algo relevante para la realidad tan distópica que estamos viviendo; algo que fuera, de alguna manera, motivador y expresivo en estos días. Bueno, ese podría ser un buen tema… Pero, ¿por dónde empezar?
En un principio, la música no tenía género –en ningún sentido– para mí; esto porque yo no tenía todavía ningún gusto definido y mi entorno musical se resumía en lo que escuchaban mis padres: probablemente una mezcla de música clásica (los ya tan conocidos compositores heteronormados-blancos-muertos) y una serie de artistas y géneros que podrían conjuntarse, en términos muy generales, en música folklórica (no me quiero detener mucho en esta parte, seamos prácticxs).
Extrañamente, no recuerdo haber tenido algún gusto específico durante un largo periodo de mi infancia. Fast forward y la primera banda que creo haber proclamado como mi favorita fue The Cranberries (para corroborar este dato, se sugiere consultarlo con algún miembro de mi familia); por ahí se encontraban también The Carpenters y Mecano. Me encantaba que mi mamá me contara las historias de estas mujeres; no sabía que era el inicio de un camino que apenas comenzaba a definirse.
Mi adolescencia temprana estuvo llena de voces de mujeres, desde Taylor Swift con sus primeros álbumes, hasta Avril Lavigne, pasando por Selena Gómez, Lady Gaga, entre otras más. Durante esta época, además, había empezado a tocar el cello, y en una de ésas descubrí a Jacqueline du Pré, que hasta la fecha sigue siendo uno de los personajes más importantes en mi vida. Todas ellas, a su manera y desde su propio contexto, me inspiraron y formaron para ser quien soy ahora, con sus letras, estilos, discursos y talentos.
Siguió pasando el tiempo y, poco a poco, fui creando conciencia de lo que era ser mujer en esta sociedad, especialmente en el ámbito de la música y el arte. Cuando iba a conciertos, contaba a los hombres y mujeres por secciones, para darme cuenta de los desbalances (y ni se diga de compositoras o directoras); mi entorno se llenaba de críticas de todo tipo hacia las artistas de cualquier ámbito, mientras que no escuchaba comentarios negativos, por ejemplo, hacia las letras misóginas y violentas de muchos hombres; me daba cuenta de que en mi cotidianidad escuchaba a muchos más hombres que mujeres, y no era sólo yo; comencé a notar los comentarios acerca de mi feminidad o mi falta de ella, o de cómo las mujeres no estaban hechas para la música. Imposible ignorar todo eso.
Desde entonces, me di cuenta de que mi manera de musicar no podría seguir siendo libre. Tenía que ser más crítica, informarme por mis propios medios, acercarme a las que tenían la misma meta. Ayer hice una playlist más para la colectiva de la que formo parte (véase: Colectiva Tsunami) y encontré a muchísimas músicas nuevas que logran tener un impacto en la sociedad desde sus propias trincheras; encontré también una lista inmensa de obras para cello de distintas compositoras por todo el mundo; me topé con lecturas de música y género escritas por grandes investigadoras. Procuro hacer esto cada que tengo la oportunidad, y ahora son tantas mujeres a las que he descubierto, que no cabrían en este pequeño texto. En mi opinión, el problema yace en que tengamos que indagar, ir contra el flujo de los algoritmos para descubrirlas, y caer en la cuenta –cada día más– de que ahí están y han estado siempre.
Entonces, sí: escribamos sobre mujeres geniales, pero no sólo un texto porque, aunque en un principio a algunxs les podría parecer que sí, unos párrafos no alcanzan para abarcarlas. Escribamos sobre ellas, que siempre estuvieron ahí aunque no siempre las escuchamos; escribamos para descubrirlas lo más pronto posible, para que estén ahí desde el principio; para que nuestra escucha sea libre y no preconstruida. Escribámoslas, escuchémoslas, compartámoslas y disfrutémoslas, que es lo mínimo que podemos hacer.
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