Este año se conmemoró el 500 aniversario de la caída de Tenochtitlan, un suceso histórico que cambió drásticamente el rumbo de la historia en nuestro continente. Respecto al mismo tema, recuerdo que el mes pasado se volvió viral un texto de un partido político español de extrema derecha llamado VOX, en el que se mencionaba que “España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas”. Ese mismo día, navegando por Facebook me encontré con una publicación de un colega compositor que me puso a pensar bastante por diversas razones. La publicación dicta así:
Creo que hoy es un buen día para recordarles que México no debe vivir bajo la sombra de un Eurocentrismo [1].
No porque Europa sea mala, más bien porque México y los países de Latinoamérica tienen una identidad, cultura y potencial tan grande como cualquier otro país, lamentablemente saqueada y explotada por muchísimos años.
-Eliezer Alejandro
Después de una pequeña charla con una amiga música, terminamos reflexionando en torno a algo que nos ha parecido más que evidente: no hemos podido —ni podremos— desprendernos en su totalidad de la influencia europea: se encuentra presente en nuestra lengua, música y, vaya, en la cultura en general.
Con el estallido del movimiento de independencia nacieron nuevos ideales que buscaban una identidad propia libre de eurocentrismos, de ahí surgió lo que hoy denominamos nacionalismo. Y si bien fue algo nuevo en ese momento, la idea no había sido concebida en su totalidad en América, sino que tenía influencia de otro continente: Europa.
Musicalmente hablando, el nacionalismo consiste en usar recursos estilísticos como melodías, armonías y ritmos del folclor local y combinarlos con la música “clásica”, (a la cual prefiero llamar “de tradición escrita”). Este sincretismo [2] cultural trajo consigo una gran variedad de obras. Una de las piezas mexicanas más emblemáticas es el famosísimo Huapango del compositor tapatío José Pablo Moncayo.
En Latinoamérica, con el paso del tiempo, los compositores empezaron a expandir ese orgullo a cierto sector continental, en particular el hispanohablante. De manera que las inspiraciones e influencias ya no se limitaban a lo nacional, y géneros de otros países como Cuba, Colombia, Venezuela y demás, empezaron a formar parte de estas nuevas estéticas. Sin embargo, esta música, al ser combinada con la de tradición escrita, sigue teniendo una influencia europea: consciente o inconscientemente seguimos inspirándonos en Europa incluso en nuestros intentos de desprendernos de ella.
Para ejemplificar lo anterior hablaremos del Huapango de Moncayo por dos razones: 1. es una obra que todos/as conocemos y 2. está inspirada en uno de los géneros más antiguos de México: el son jarocho (en particular, en los sones “El Gavilancito”, “El Siquisirí”, y “El Balajú”). Si bien esta obra toma bastantes elementos del son, también incorpora muchos otros que no pertenecen a este género. Aquí tres de ellos:
La obra de Moncayo es meramente instrumental, mientras que el son es interpretado por un/a cantante solista llamado/a pregón y un coro que responde.
El son posee instrumentos únicos, usados específicamente para este género: las jaranas, que tuvieron su origen en la Nueva España. En el Huapango, éstas son sustituidas por instrumentos orquestales de cuerda: violines, violas, cellos, contrabajos; instrumentos que nacieron, justamente, en Europa.
En la música de tradición escrita, es muy poco común el espacio para la improvisación, cualidad que en el son jarocho se encuentra sumamente presente, de ahí una de las razones por la que este género sea creado y transmitido por oralidad.
De tal manera podemos apreciar que el Huapango no es un son, sino una obra a modo de son. Este patrón de incumplimiento característico se repite en diversas piezas que incluso llegan a tener en sus títulos los nombres de los géneros musicales que emulan, pese a no ser del género, sino a modo del mismo, como Sones de Mariachi, (inspirada en “Son de la Negra”, “El Zopilote” y “Los Cuatro Reales”) del compositor jalisciense Blas Galindo, originalmente concebida para orquesta de cámara y conjunto de mariachi, y posteriormente adaptada para orquesta sinfónica. Al respecto, la historiadora del arte Anna de Ulibarri, menciona en su texto Blas Galindo y sus “Sones de Mariachi” que él “introdujo a la ‘cultura’ de las élites un tipo de música que originalmente se interpretaba con un tipo de agrupación musical de carácter popular”. Otra transposición similar puede apreciarse en “Sensemayá”, pieza que, con un fuerte estilo stravinskyano, intenta evocar música de la cual no conocemos el sonido original: la música prehispánica.
¿Eso quiere decir que este tipo de música es mala? Para nada. ¿Debemos cancelarla? ¡De ninguna manera! No debe condenarse el uso de dos estéticas en una sola pieza, pero creo que sería más pertinente referirnos a esta música como una hibridación y no como el género en sí; en pocas palabras, no el género, sino algo a modo de.
¿Qué pasaría si nosotros/as como compositores/as empezáramos a hacer aportes sin tener que recurrir a la música de tradición escrita? Es decir, no necesariamente hacer de un género popular uno de concierto (en su debido caso hacerlo especificando que es una obra “a modo de”) sino crear o aportar desde el género base. ¿Qué tal si como instrumentistas nos volvemos más versátiles y empezamos a dedicarnos a tocar diversos estilos, entendiendo que cada estética musical tiene su complejidad y riqueza? ¿Qué sucedería si como escritores/as no habláramos solamente de música “blanca”? ¿Y si como consumidores/as apreciamos y valoramos cada estética desde sus formas tradicionales hasta sus amalgamas? Creo que tenemos mucho más por ganar que por perder.
Finalmente, es necesario aclarar que el propósito de este texto no es intentar minimizar o censurar alguna estética musical, sino hacer un llamado a que nosotros/as, como consumidores/as y artistas en general cuestionemos un poco más y seamos más precisos/as a la hora de definir nuestro arte.
[1] Cualquier tipo de actitud, ideología o enfoque historiográfico y de la evolución social que considera que Europa y su cultura han sido el centro y motor de la civilización e identifica la historia europea con la Historia Universal.
[2] Proceso mediante el cual se concilian o amalgaman diferentes expresiones culturales o religiosas para conformar una nueva tradición.
Muy buen texto.
¡Me encantó la reflexión del final!