Titular un disco con tu nombre —el famoso álbum epónimo— es una decisión que no se toma a la ligera: efectivamente es una declaración de que en esa música, en esa amalgama sonoro-creativa, yace la inherencia de lx artista en cuestión. El uso más común y efectivo de este recurso es el debut, donde funge como una suerte de carta de presentación del proyecto, una declaración de identidad (una que claramente se transformará en el futuro). ¿Pero qué es de aquellxs artistas con trayectoria que recurren al eponimato más adelante en su carrera? Es una empresa considerablemente más riesgosa que usualmente indica un deseo de reinvención: todo termina bien si la recepción del disco es favorable, pero cualquier desliz puede considerarse fácilmente un fracaso rotundo por la decisión de entrelazar de forma tan explícita la identidad musical del proyecto con ese lanzamiento en particular. En el caso del quinto y más reciente álbum de la cantautora Laura Stevenson, optar por el epónimo parecería la única opción correcta para nombrar esta colección de canciones que encapsulan la esencia de su labor artística: música con gentileza y ternura en su núcleo, labrada con herramientas simples. Son elementos que en otras manos ya hubieran perdido su efectividad, pero que Stevenson maneja de forma espectacular y que aún rinden frutos maravillosos tras diez años de carrera solista.
El eje emocional de Laura Stevenson es una experiencia cercana a la muerte que vivió alguien cercanx a Stevenson; las canciones del álbum tratan los sentimientos suscitados por el proceso íntimo de acompañamiento, sanación y cuidado del que ella formó parte. El álbum abre con una canción que sobresale no sólo entre las demás composiciones del disco, sino de las de toda su trayectoria. Durante la primera sección de “State”, a la voz de Stevenson la acompañan sólo una guitarra (en el auricular derecho) y un chillido agudo (en el izquierdo), creando un efecto amenazador, como si la música estuviera expandiéndose contra un vidrio, amenazando con hacerlo estallar; y, efectivamente, el coro explota, como el enojo abrumador del que canta Stevenson, nacido de la frustración que conlleva la falta de control y culmina en su punto de ebullición. Cuando llegamos a su cierre, “State” nos recuerda por qué, a pesar de ser una anomalía en el catálogo de la cantautora, claramente es una canción de Laura Stevenson: la explosión da lugar a una calma tensa en la que el enojo aún no ha desaparecido —de hecho está en su punto máximo— pero en la que se aprecian sus matices y su valor curativo: “I become rage / A shining example of pure anger / Pure and real and sticky and moving and sweet”.
El resto del álbum nunca abandona la fuerza sentimental aprovechada en ese estallido inicial, incluso si presenta sus reflexiones sobre la ansiedad, el cuidado o la mortalidad en paquetes más tranquilos. En algunas de las canciones (como las espectaculares “Don’t Think About Me”, “Continental Divide” o “Sky Blue, Bad New”), Stevenson emplea una banda completa para crear canciones de rock con tintes de folk que son cálidas y pegajosas en la misma medida; es una faceta de su música que nunca había canalizado con tanta comodidad y éxito. El otro lado, mucho más tranquilo e influido directamente por el folk, crea canciones igual de cautivadoras a partir de menos elementos: la base es siempre Stevenson, sola con su guitarra o su piano, con pocos ingredientes adicionales (pero implementados de forma magistral). “Children’s National Transfer”, el cierre y quizá la más notable de las canciones del disco, es posiblemente el mejor ejemplo de las fortalezas de Stevenson, de cómo logra explotar el potencial emocional incluso de los elementos más simples: al trazar la melodía de su guitarra acústica con la voz, Stevenson narra el momento de anonimato liberador que siente, indecisa, en una tiendita, separada momentáneamente del protagonismo indeseado y traumático de la convalecencia que asistía; no tiene que explicitar esos momentos para devastarnos, basta con entonar una marca de cigarros y un refresco de dieta.
Laura Stevenson es un triunfo total cuyo éxito se debe a una realización estética y emotiva sobresaliente. El sonido cálido que permea cada canción del álbum complementa de forma perfecta el contenido emocional de las letras. La dulce voz de Stevenson nunca ha sonado más fuerte ni transmitido tal tranquilidad, tal sentimiento de cuidado. Universal, personal y específico, Laura Stevenson es una invitación a compartir un espacio íntimo, a soltar los miedos en confianza y sentir cómo el calor del sol seca las lágrimas de tu rostro.
Canciones favoritas: “Continental Divide”, “Sky Blue, Bad News”, “Children’s National Transfer”
Menos preferidas: “Mary”
* Disclaimer: la calificación de ésta, así como la de todas nuestras reseñas, está en una escala del 1 al 7
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