Llevo casi toda una vida evitándote. A veces no me tengo que esforzar demasiado: las incontables construcciones, así como el paso de los coches y camiones frente a mi casa suelen eliminarte por sí mismos, pero últimamente parece no ser suficiente. Creo que no me doy cuenta, son acciones automáticas, pero apenas me encuentro en tu compañía tengo que controlarte de algún modo: canciones sin fin y playlists interminables que posterguen el momento inevitable en el que te encuentre de narices y me enfrente a una realidad descompuesta.
No solía tenerte tanto miedo, no creo. Ahora mi vida se ha convertido en un “¿Te puedo marcar?” y en un par de audífonos imprescindibles con una residencia permanente en cualquier bolsa que cargue. ¿Qué me hiciste? ¿Fue mi culpa? Creo que solías ser buena compañía: elegía nadar porque me permitías pensar sin interrupciones, acostumbraba pasar mañanas silentes y anónimas; eras el único acompañamiento permitido durante la escritura.
¿Qué nos pasó? Te echo toda la culpa. Tú cambiaste. Me llenaste de temores, de pensamientos implacables. ¿De qué me sirve pensar que eventualmente me voy a morir? ¿De qué me sirve pensar en cada paso al caminar? ¿De qué me sirve encontrarte en personas que amo? ¿De qué me sirve memorizar el tiempo en el que ni falta hacías?
Te encuentro en rincones de mi casa, los visito e intento recordarme cómoda contigo.
Te encuentro en rincones de mi casa, los observo y consigo pensarte con cariño.
Espero algún día nos llevemos de nuevo.
Espero dejar de evitarte.
Comments